Las relaciones entre las actividades económicas y sus efectos ecológicos siguen siendo uno de los corazones de los debates sobre el desarrollo y la sustentabilidad. El año pasado, por ejemplo, hubo mucha producción académica y mediática sobre la relación entre economía y ecología, al cumplirse los 50 años de la publicación Los Límites al Crecimiento. Allí aparecen los resultados de una investigación de vanguardia en los años 70, encargada a un equipo interdisciplinario e internacional del MIT, que liderado por la biofísica Donella Meadows mostró cuáles podrían ser los efectos negativos de las tendencias de crecimiento poblacional, crecimiento económico y la creciente contaminación de los ecosistemas, principalmente en los países desarrollados y tempranamente industrializados. Según el Informe Meadows, como también se lo conoce, el
ritmo de transformación de la naturaleza y las descargas en el ambiente de la producción social, enfrentaría límites en los ciclos naturales de regeneración y reabsorción, que a su vez provocarían límites demográficos (con una caída drástica de la población humana) y de la producción, con el consiguiente riesgo de inestabilidad social y política en la civilización occidental. Desde su lanzamiento, hubo críticas por derecha y por izquierda.
Entre las más importantes en nuestro continente se encuentran las realizadas por los investigadores de la Fundación Bariloche, quienes demostraron con metodologías similares, que los problemas fundamentales no radicaban en la demografía, en las formas industriales de producción o en la generación de desechos, sino en las relaciones sociales entre países y entre clases sociales, que provocaban dichas tendencias e
impactos. El problema no era el “crecimiento” sino comprender el tipo particular de crecimiento desigual y depredador del capitalismo de la segunda mitad del siglo xx. En su momento, la propuesta de los Límites al Crecimiento y sus debates, alcanzaron notoriedad porque fueron la base de las discusiones y posterior declaración de la Conferencia de Estocolmo de la ONU sobre el Medio Ambiente Humano de 1972, donde luego de diagnosticar el preocupante deterioro ambiental que acompañaba la actividad humana, declaraba en su principio 11 que “Las políticas ambienta-
les de todos los Estados deberían estar encaminadas a aumentar el potencial de crecimiento actual o futuro de los países en desarrollo y no deberían coartar ese potencial ni obstaculizar el logro de mejores condiciones de vida para todos, y los Estados y las organizaciones internacionales deberían tomar las disposiciones pertinentes con miras a llegar a un acuerdo para hacer frente a las consecuencias económicas que pudieran resultar, en los planos nacional e internacional, de la aplicación de medidas ambientales.”
A medio siglo de aquella propuesta académica y sus debates sociales y políticos, los temores de los límites al crecimiento, una mirada fuertemente antropocéntrica, se han transformado en las ciencias ambientales en los llamados “límites planetarios”. Un acumulado de investigación global que indica que existen puntos de no retorno en los sistemas planetarios que sostienen la vida en la Tierra (clima, biodiversidad, ciclo del nitrógeno y fósforo, ciclo hidrológico, etc.) y que en caso de ultrapasar dichos puntos de no retorno, se entraría en escenarios de gran incertidumbre e inseguridad para todas las formas de vida, incluida la vida humana tal cual ha devenido desde el inicio del Holoceno. La discusión renacida o profundizada en las ciencias ambientales tiene su reflejo y correlato en las ciencias sociales y humanidades, en torno a la tradicional discusión sobre los modelos de desarrollo, sus impactos sociales y ecológicos, en el centro y la periferia del capitalismo así como las posibles transiciones a la sustentabilidad. En este sentido, la cuestión del crecimiento económico continúa alimentando estos debates, particularmente en los círculos académicos y en los movimientos sociales. Históricamente, se cuestionó la idea que el crecimiento económico no significa naturalmente distribución de la riqueza; luego que el crecimiento económico, incluso con distribución parcial de la riqueza, no significa necesariamente desarrollo humano. Más recientemente, el cuestionamiento apunta a que el crecimiento económico con parcial desarrollo humano, no previene la degradación ecológica real y potencial que hoy limita, de forma gradual o repentina, las condiciones generales de la vida, el desarrollo humano alcanzado y también las supuestas bases para el crecimiento económico.